
Durante mucho tiempo Maché había buscado sin cesar uno de esos horizontes que provocan que el cielo y la tierra se fundan en un continuo besar de amor. Deseaba ver a ese inmenso horizonte en el lugar donde el cielo y la tierra al atardecer, se acostaban en el mismo lecho carmesí con el entendimiento más sutil, como dos enamorados confundidos en caricias inundando los sentidos de sabores y nubes de colores y, a través de ese horizonte vivir lo que tanto anhelaba para ser feliz.
El tiempo pasaba pero entre días de bruma y noches de poca luna, su espera parecía en vano pues apenas pudo vislumbrarlo. Seguía tan aferrada a ese deseo que no se daba cuenta de que todo a su alrededor se diluía de tal manera, que ni siquiera era capaz de percibir la claridad del día.
Cansada de esperar un día decidió cambiar el rumbo de su vida y emprender un nuevo camino despojándose de la pesada carga de esa búsqueda que la tenia encadenada. Extendió sus brazos para abrazar su soledad y juntas emprendieron su caminar. En ningún momento volvió la vista atrás, caminaba saboreando a cada paso la senda de la vida en libertad, como si no hubiera estaciones dónde detenerse, ni alfombras de silencios, ni tiempo para lamentos.
En algún momento de su nueva andadura aquel horizonte volvía a su memoria pero a medida que iba sintiendo con más profundidad el fluir de la vida, los pensamientos fueron dejando de agolparse en su cabeza, ya no tenía a quien esperar ni conciencia del paso del tiempo. Empezó a verse, a escucharse, a sentirse y a darse cuenta de que todo su mundo interno por muy pequeño que fuese estaba lleno de posibilidades y poco a poco, iba descubriendo que aquello que parecía lo más débil en ella, era en realidad lo más fuerte y decidido.
Una mañana al levantarse, sintió el aire en su cara, respiró profundamente y con una leve sonrisa en los labios se atrevió a mirar atrás. Ya no tenia miedo. Escuchó con mimo a su corazón y supo que ella, la intrépida buscadora, era lo mismo que lo buscado y aunque nunca había encontrado en el pasado el camino de su insólito horizonte, en ese momento sintió al horizonte andando por su camino. En realidad lo que había descubierto Maché era su propia alma sin límites ni medida, su propia existencia.