miércoles, 7 de abril de 2010

Ella, la estación de los trinos

Di que sí, que aunque venga del frío invierno, nos saluda tan naturalmente artificial, que su violáceo parecer nos habla sin alardes, libre de goces y libre de culpa.

Siempre habrá piedras en el camino y lluvia en los zapatos, pero cuando sus meandros empiezan a pastorear el oscilante horizonte, en su balanceo, nos dejará horas que frenar como si de un instante eterno se tratara para suspirar sus tiernos aromas.

Y en los días que amanece con la suerte dormida a ambos lados de la cama, olisqueando todavía los resquicios que deja la última tempestad, nos enciende una vela como si de un lifting de corazón estuviera gestionando entre fulgores soleados.

Para los imprevistos que fastidian, nos acicala con los árboles que lucen sus senos más tiernos, intercambiándose los pájaros y sus trinos con la convicción, de que ese claroscuro que se enciende en la singladura de su todavía umbrosa mirada, nos asombrará con las flores de su secreto, el misterio de todo tal vez.