
Agitaba ríos de mansa neblina y desafiaba a los mares de intensa corriente.
Vagabundo de intermitentes oleajes que apresaba en el silencio de su balsa de madera.
Coleccionista de arrecifes de corales envueltos en papel de celofán, iba hilvanando sus días llenando huecos de su alma alicaída con la vana pretensión de hacer poético lo prosaico.
Y así como su mirada antaño contenía mil maneras de besarse, de facilitar un encuentro, de viajar al infinito o de cerrar una puerta, a su regreso solo reflejaba cierto aire de desencanto, una mirada cristalizada como si le hubieran herido en la ternura y en la más pura esencia de su esperanza.
Su vida había transcurrido con sus alas permanentemente desplegadas, sin llegar nunca a alcanzar su vuelo.